viernes, 11 de marzo de 2016

El mundo se derrumba y tú escribes poemas


Contiene y proyecta este último libro de poemas de Juan Cobos Wilkins dos hondas imágenes simbólicas y complementarias: la de un mundo, un tiempo, una forma de vida, que el poeta, testigo, ve desmoronarse en paralelo a la existencia propia. A ambas, fundidas en una, solo puede responder de una forma activa: escribiendo. Muy presentes en sus versos están la desolación, el desamparo, la indefensión, la orfandad, el extrañamiento, el desarraigo, la contradicción hermosa e hiriente de existir. Estamos ante un libro en el que el vértigo y la serenidad no son contrarios, y soledad y belleza llevan alianza. Un libro marcado por las ausencias, las pérdidas, la asunción del dolor y la conciencia del compromiso solidario con el sufrimiento del otro. Construido con, desde y sobre el vacío, el poemario tiene el paso del tiempo como ritmo mismo de sus versos en los que se abren la transparencia de la infancia y el halito del amor, capaces -a pesar de que el mundo se derrumba de lograr
 Se me ocurre leyendo (y escuchando) a Juan Cobos Wilkins que debe de tener muy buen oído. Seguro que canta bien, pienso, y que es capaz de afinar y de entonar con cierto éxito, si no, no se entiende esa contagiosa sonoridad, esa musicalidad que palpita en sus versos y que se ha convertido en algo casi sólido en su nueva publicación, que sale a la luz con el sugerente título de El mundo se derrumba y tú escribes poemas, publicado por la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia y, donde aborda desde la madurez y la honestidad, conceptos como la niñez, la magia y las ausencias, el dolor, la nostalgia y las ruinas, los olores que recordamos, la vida que, por inercia, vivimos y las heridas que aún sangran. Atravesado este poemario por la potente angustia del Carpe Diem (¿Cómo era ser joven/cómo era?/Tal vez/sólo un temblor, un estremecimiento,/la brisa ondulando las juncias, las juncias/reflejadas en el agua?/¿Qué era,/cómo fue?”), el autor parece radiografiar con la precisión de un sastre un mundo que pudieran ser todos los mundos. ¿El suyo? ¿El tuyo? Cualquiera.  
            Hay historias que quedan perfectamente esbozadas desde el título, uno maravilloso, como en este caso, y que se pega al paladar: El mundo se derrumba y tú escribes poemas. Y frente al paisaje que se desmorona está el arte, el gran salvador; la poesía como único bálsamo efectivo, como lo único eterno y perdurable, la piedra angular que desecharon los arquitectos. Y es aquí donde Cobos Wilkins despliega las alas y nos deleita a golpe de palabra, después de cinco de años de silencio: Imagina la melancolía/como el saco de entrenar de un boxeador/ y golpea. Y no deja de sorprender ese esqueleto casi narrativo que atraviesa el poema, ese desarrollo natural en el que también caben el asombro y la extrañeza, la compasión por el otro, el desgastado y malinterpretado concepto de solidaridad, la necesidad de recordar, la certeza de que vivir es aprender a perder. Y el autor nos enseña a escuchar, a quedarnos en silencio para escuchar su voz con toda su potencia, con todos sus matices.
            Con este poemario, Juan Cobos Wilkins nos empuja al vacío, nos obliga a sentir el vértigo y la desprotección, con el viento desordenándonos el pelo, y después nos ofrece una salvación, la suya, nos presenta a un ángel de la guarda –el arte, la poesía, la música en las palabras-, y nos dice que eso es vivir. O sobrevivir. Que la soledad, el dolor y las despedidas, a pesar de la mala prensa, forman parte de este día a día, y de la existencia. (El camino más puro/sería destruir./Bajar la cremallera de este libro/hasta la página en la que./ Destruir/destruirse). Pues eso, el mundo se derrumba y tú escribes poemas. Y qué bien lo cuenta el autor. Cuánto talento en su visión del mundo. Y sólo se me ocurre algo mejor que leer a Cobos Wilkins: escucharlo recitar sus propios poemas. Porque recita como habla; y cuando habla parece que recita. Felicidades, maestro.
            Eres el hijo que deambula por la casa vacía.
            El que nombra una a una las ausencias.
            El que oye los ladridos del perro que aún resuenan
            persiguiendo la nada en el pasillo,
el que los imagina como una bienvenida
            a su sombra que deambula por la casa vacía.
            (…)
            El que cierra la puerta de la casa, eres
            el hijo sin hijos
que apaga ya la luz de este poema.

2 comentarios:

  1. Este libro no es para mi, lo dejo pasar.

    Saludos

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  2. No he leído nada de este poeta. Y creo que podría gustarme. Me lo llevo anotado.
    Besotes!!!

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